Llevo mucho tiempo sin dejar constancia de mis reflexiones en este blog y ahora que me encuentro a escribir de nuevo después de tanto tiempo, casi me parece imposible poder plasmar en unas líneas todo lo que he vivido desde la última vez que me pasé por aquí.
He llegado al final de esta etapa del máster en Formación de Profesores de Español como Lengua Extranjera que, entre cosa y otra, ha ocupado casi 3 años de mi vida.
En la página de este portafolio dedicada al punto de partida —debería remontar al año 2017 o 2018— escribía que "la enseñanza es mucho más que una relación directa entre un individuo que transmite y otros que aprenden" y que "el ser un buen profesor implica hacer frente a una serie de factores que surgen y se esconden detrás de una clase de LE". Esta creencia que ya tenía se ha ido confirmando y reafirmando durante estos últimos años y este es, sin duda, uno de los aprendizajes más significativos que me llevo de este máster.
Este ciclo ha marcado una etapa académica y, sobre todo, una fase de crecimiento personal relevantes; por un lado, todo lo que he tenido la oportunidad de aprender en lo académico y, por el otro, todas las dificultades, los desafíos y los momentos críticos, hicieron de esta etapa una etapa importante de la que nunca me podré olvidar. Un trayecto duro, pero enriquecedor y satisfactorio a la vez.
Cuando llegó el momento
de escoger el tema del trabajo, consideré que investigar acerca de una realidad
que fuera realmente de mi interés sería un punto imprescindible. Así, la
voluntad y la curiosidad de profundizar en su tema se debió a varias razones.
Creo que la gran
pasión para la lengua española es la primera y la base de ellas; desde
pequeña que la tengo, la he ido manteniendo y alimentando a lo largo de los
años. Esta misma razón es la que me hizo emprender un determinado camino
académico y que me llevó hasta esta edición de máster. Además, muchas de las
experiencias vividas hasta hoy me hicieron percatar de que mi deseo era que mi
pasión desembocara en el ámbito de la enseñanza de E/LE, así pues, en la
transmisión de ella. Entre ellas, unas prácticas de profesorado de E/LE para
nivel de Bachillerato que llevé a cabo en un instituto italiano durante unos
meses y fue, asimismo, una señal importante para concienciarme de que mi
atención crecía —no solo, pero sí especialmente— cuando la enseñanza
del español se dirigía a aprendientes de mí misma lengua materna, el italiano.
A todas estas razones se debe la elección de la tipología de investigación del
TFM; en ello he podido canalizar y manipular parte de mis curiosidades y
cuestionamientos acerca de aspectos lingüísticos que ven, simultáneamente, el
español y el italiano protagonistas.
Para concluir, me gustaría dedicar unas palabras a la defensa del trabajo.
La circunstancia en la que nos encontrábamos —y nos seguimos encontrando— nos obligó a reinventarnos. De ahí que un escenario presencial se convirtiera en uno virtual: una modalidad de defensa definitivamente lejana de cómo me la fui imaginando durante tiempo, pero no por ello menos significativa.
Fue un momento de tensión, primero, porque estaba asumiendo que estaba a punto de cerrar una etapa importante. Segundo, había llegado el momento de intentar transmitir oralmente toda la pasión, la energía y el tiempo que había invertido en un documento durante mucho tiempo. A pesar de ello, fue un momento extremadamente conmovedor. Más allá de la evaluación en términos académicos, lo que más me llenó ese día fue el hecho de haber percibido que con el trabajo fui capaz de transmitir todo lo que en ello puse: el interés por lo que estaba investigando, la manera en la que me comprometí con su realización y, en definitiva, mi forma de ser y de hacer. Esto es, precisamente, lo que más me hace sentir satisfecha.
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